Hoy las luces están encendidas porque la economía está apagada. Tan pronto la economía despegue, las restricciones energéticas volverán a ser un serio obstáculo. No hay salida mientras sigamos entrampados en el corto plazo.
La recesión económica se instaló entre los argentinos, y las moléculas y los electrones son testigos insobornables del bajón productivo. La electricidad consumida en los primeros 4 meses del año es inferior a la consumida en igual período del año anterior (-1.1%). El consumo de derivados petroleros y gas natural también cayó (gasoil -9% en el bimestre). La caída de la demanda energética disimula el atraso del cronograma de obras de infraestructura energética que depende, en su mayor parte, del presupuesto público.
No aprovechamos los años de vacas gordas y petróleo caro para hacer las inversiones de alto riesgo exploratorio (Brasil lo hizo), y hoy la actividad petrolera aguas arriba se limita a explotar lo que está en producción, con productividad y producción declinante. También perdimos una oportunidad dorada para alentar proyectos de energía renovable y diversificar las fuentes de energía primaria, muy concentradas en gas natural y petróleo (90%). Hemos estado consumiendo las reservas energéticas, alentando usos no racionales y desalentando las inversiones de largo plazo que el sector requiere. El espejismo de los precios congelados y las tarifas que no recuperan costos tuvo como contracara un festival de subsidios que benefició más a los ricos que a los pobres, y la necesidad del Estado de encarar obras de ampliación e infraestructura que deberían haber hecho los operadores del sistema.
Volvimos a importar volúmenes crecientes de gas natural, gasoil y electricidad a precios de referencia internacional. También importamos fuel oil vía Venezuela, cuando nos sobra la producción local que exportamos. Empezamos los ajustes de las tarifas de gas y electricidad justo en vacas flacas, porque las arcas públicas ya no resisten
La recesión económica se instaló entre los argentinos, y las moléculas y los electrones son testigos insobornables del bajón productivo. La electricidad consumida en los primeros 4 meses del año es inferior a la consumida en igual período del año anterior (-1.1%). El consumo de derivados petroleros y gas natural también cayó (gasoil -9% en el bimestre). La caída de la demanda energética disimula el atraso del cronograma de obras de infraestructura energética que depende, en su mayor parte, del presupuesto público.
No aprovechamos los años de vacas gordas y petróleo caro para hacer las inversiones de alto riesgo exploratorio (Brasil lo hizo), y hoy la actividad petrolera aguas arriba se limita a explotar lo que está en producción, con productividad y producción declinante. También perdimos una oportunidad dorada para alentar proyectos de energía renovable y diversificar las fuentes de energía primaria, muy concentradas en gas natural y petróleo (90%). Hemos estado consumiendo las reservas energéticas, alentando usos no racionales y desalentando las inversiones de largo plazo que el sector requiere. El espejismo de los precios congelados y las tarifas que no recuperan costos tuvo como contracara un festival de subsidios que benefició más a los ricos que a los pobres, y la necesidad del Estado de encarar obras de ampliación e infraestructura que deberían haber hecho los operadores del sistema.
Volvimos a importar volúmenes crecientes de gas natural, gasoil y electricidad a precios de referencia internacional. También importamos fuel oil vía Venezuela, cuando nos sobra la producción local que exportamos. Empezamos los ajustes de las tarifas de gas y electricidad justo en vacas flacas, porque las arcas públicas ya no resisten
el peso de los subsidios.
Pero las distorsiones acumuladas de precios de la canasta energética, aun aliviadas por la baja del petróleo, son todavía importantes y preanuncian nuevos reajustes. Reajustes que van a aguardar el turno electoral.
Dinamitamos el mercado regional de energía cuando rompimos los acuerdos de exportación a Chile, y bebimos de nuestra propia cicuta cuando terminamos rehenes del gas de Bolivia. El epicentro de nuestra escasez energética está en el gas natural (50% de la energía primaria), pero no pudimos contar con el gas de la región. El nuevo gasoducto de Bolivia (que habría de inaugurarse en el 2006) todavía está en los papeles, y nunca más se habló del gran ducto que vendría de Venezuela. Mientras tanto, la urgencia nos obliga a importar gas por barco a precios exorbitantes comparados con los de la producción local.
Hemos sumado mucho corto plazo en un sector capital intensivo, donde el interregno entre las decisiones de inversión y los resultados atraviesa más de una administración de gobierno. No se puede salir de este atolladero con políticas coyunturales.
La política de Estado propuesta por 8 ex- Secretarios de Energía establece denominadores comunes en tres temas: la necesidad de una estrategia de largo plazo para el sector; la necesidad de reglas e instituciones que ofrezcan certidumbre, transparencia y previsibilidad; y la necesidad de precios que recuperen costos económicos con una tarifa social que atienda a los sectores más necesitados.
La disyuntiva no es Estado o mercado. Deben funcionar los mercados de la energía y debe estar presente el Estado, garantizando competencia, regulando las fallas y planificando estratégicamente el futuro. Si los consensos básicos se aceptan y respetan como referencia de una política de Estado, las políticas energéticas de las administraciones de turno, en la alternancia democrática, podrán evitar los "barquinazos" que nos privan de continuidad y de futuro previsible. La energía entonces será clave para apuntalar el proyecto de desarrollo económico y social que nos debemos.
Pero las distorsiones acumuladas de precios de la canasta energética, aun aliviadas por la baja del petróleo, son todavía importantes y preanuncian nuevos reajustes. Reajustes que van a aguardar el turno electoral.
Dinamitamos el mercado regional de energía cuando rompimos los acuerdos de exportación a Chile, y bebimos de nuestra propia cicuta cuando terminamos rehenes del gas de Bolivia. El epicentro de nuestra escasez energética está en el gas natural (50% de la energía primaria), pero no pudimos contar con el gas de la región. El nuevo gasoducto de Bolivia (que habría de inaugurarse en el 2006) todavía está en los papeles, y nunca más se habló del gran ducto que vendría de Venezuela. Mientras tanto, la urgencia nos obliga a importar gas por barco a precios exorbitantes comparados con los de la producción local.
Hemos sumado mucho corto plazo en un sector capital intensivo, donde el interregno entre las decisiones de inversión y los resultados atraviesa más de una administración de gobierno. No se puede salir de este atolladero con políticas coyunturales.
La política de Estado propuesta por 8 ex- Secretarios de Energía establece denominadores comunes en tres temas: la necesidad de una estrategia de largo plazo para el sector; la necesidad de reglas e instituciones que ofrezcan certidumbre, transparencia y previsibilidad; y la necesidad de precios que recuperen costos económicos con una tarifa social que atienda a los sectores más necesitados.
La disyuntiva no es Estado o mercado. Deben funcionar los mercados de la energía y debe estar presente el Estado, garantizando competencia, regulando las fallas y planificando estratégicamente el futuro. Si los consensos básicos se aceptan y respetan como referencia de una política de Estado, las políticas energéticas de las administraciones de turno, en la alternancia democrática, podrán evitar los "barquinazos" que nos privan de continuidad y de futuro previsible. La energía entonces será clave para apuntalar el proyecto de desarrollo económico y social que nos debemos.
Fuente: “Clarín”