Apenas se atraviesa la puerta de ingreso al Ministerio de Clima y Energía danés, aparece una bicicleta negra, discreta, apoyada contra una pared. “Bicicleta de la ministra”, informa un cartel, que no habla sólo de sus apetencias deportivas. Además del dato, tan obvio como lacerante para los ojos argentinos, de un miembro del gabinete que se mueve sin custodia ni vidrios polarizados, que Connie Hedegaard pedalee cada día 9 kilómetros desde su casa a su oficina, en el centro de Copenhague, habla de que la bicicleta es política de Estado. Icono del estilo de vida danés: simple, saludable, no contaminante y desestresante. Uno de cada dos habitantes de la capital pedalea por sus calles para llegar al trabajo.
En Dinamarca se grava con un 180% la compra de un vehículo nuevo y le pone un impuesto tan alto a la nafta que el litro de diesel ronda los US$ 2,20. “En este mundo, subsidiar los combustibles fósiles es una locura”, asegura Hedegaard, y eso que el gasoil de los surtidores daneses tiene 10 PPM (partes de su