La censura que la Facultad de Ingeniería le impuso a la presentación, allí, de un trabajo crítico de ocho ex secretarios de Energía tuvo al menos una virtud: fue caja de resonancia de algo que ni hace falta ser un iniciado para conocer. La estructura energética del país manifiesta un grado de fragilidad inquietante y creciente. Sólo no hay crisis, si a eso se lo llama apagones. Por lo demás, abunda de todo. Y si este año menguarán las importaciones de electricidad, gas, fuel y gasoil que tapan el agujero interior, será por la recesión y los fuertes aumentos tarifarios. El trabajo de los ocho es un diagnóstico en general basado en información oficial. Promueve algunas políticas con fuerte presencia del Estado que no contravienen demasiado los principios que enarbola el kirchnerismo. El punto es que, además, resulta muy crítico de las acciones e inacciones del Gobierno y del cortoplacismo permanente: suficiente como para que Julio De Vido ordenase parar el acto. Es un dato siempre presente que el 90 % de la matriz energética argentina es petróleo y gas; el resto, hidroelectricidad y energía nuclear. Simplemente eso, que sólo se da en países con reservas enormes y además fuertes exportadores, expresa la altísima dependencia de los hidrocarburos que existe. Y aquí, justamente, hay una luz roja encendida hacia el futuro, pues está jaqueado el verdadero sistema nervioso de la economía. Dicho de otra manera, el país depende de aquello que cada vez tiene menos. En números de especialistas y del trabajo de los ex secretarios de Energía: La producción de petróleo cae sin pausa desde 1998 y hoy está 25 % por debajo del registro de ese año. El crudo representa el 38 % de la ecuación energética nacional. La producción de gas, que significa otro 52 %, entró en declive a partir de 2004. Proporcionalmente, pocos países dependen tanto del gas natural como la Argentina. En los últimos quince años no se han descubierto yacimientos de porte considerable. Traducido: también vienen en franca pendiente las reservas comprobadas. La productividad de la explotación por pozo de gas y petróleo ha retrocedido parejo y significativamente: alrededor del 60 % respecto de 1980. Eso significa, además, que se está exprimiendo lo que hay. Ultimamente sólo se ha invertido en desarrollar yacimientos existentes y bajo modalidades que permiten maximizar su producción. Más de lo mismo. En 1988 se abrieron 103 nuevos pozos. En 1998, 75 . Y el año pasado, apenas 54. Todas las centrales que ha encarado el Gobierno son térmicas. O sea, funcionan a gas o con combustibles sustitutos más caros y menos eficientes. Pasado en limpio, el cuadro da que no hay exploración ni inversiones de riesgo, nada en el verdadero corazón de la actividad y en lo que permite ampliar el horizonte energético. O al revés: eso que no se hace deberá ser cubierto con más importación. Tampoco se avanzó en las fuentes alternativas. Es, al fin, la parábola que se ve en la realidad. Importaciones de electricidad de Brasil cuando les sobra y gas natural de Bolivia si San Pablo no lo necesita demasiado; traer gasoil y fuel de cualquier parte del mundo contratados con Hugo Chávez y barcos para procesar gas natural licuado. Menos por el avance de la generación propia y muchísimo más por la recesión, este año se achicará esa factura. Con todo, el Gobierno ya se ha garantizado las importaciones inevitables. El aporte de la recesión se aprecia en el consumo de gas de las industrias, que cayó 25 % en el primer trimestre. Como en el caso de las dos noticias, esa sería la buena, porque así se afloja la presión sobre un sistema muy vulnerable. La mala, que allí no hay una solución sino un problema serio. Fuente: "Clarín". Artículo de Alcadio Oña.